- 1. Remedios Varo: Visita al pasado.
Alma: Se escribieron los silencios al final del camino; con sombras de colores gastados y alguna sonrisa descarnada. Son voces de viento y frío. Eduardo: Le di la espalda a una grieta, escribí encima de otra grieta, miré los ojos de otra grieta. Soy algún visitante, y soy tres veces nadie.
Alma: Serán las miradas entrelazadas en espejos. Y con la boca dibujando sed. Con el tiempo temblando contra los cuerpos. Aquí nos pertenecen. Eduardo: Tengo dos caras infinitas mirándose de frente, una eternidad que rebota entre dos miradas, una época contenida entre espejos.
Alma: Y abrazó el borde por donde caminan los sueños. Con alas de quizás y de piel lánguida. A veces moldea la luna con algún trazo distraído. Eduardo: Salió de un pincel con ropa de brillo aturdido, y en sus manos lleva algunas cárceles. Va cazando poesía para guardarla en ojos ajenos.
Alma: Había demasiado silencio bordeando el horizonte, cada uno llevaba una lengua contenida. Dejarse apagar, caer. Ser agonía. Y caricia de hiedra. Eduardo: Llegué a mirar muchas veces y desde muchos tiempos la belleza de lo mismo; pinté un solo cuento y lo llamé vida.
Alma: Habría que dejarse llevar por las sombras de humedad que abrazaban todas sus dudas. Hay un grito de gato que quiere despertarlas. Anocheces. Eduardo: Las sombras de agua saben escaparse de su plano para venir a tocarme. A veces las hago, a veces me hacen.
Alma: Hay un grito desgarrado que está ahogando las gargantas. Con golpes sordos están erosionando la roca. Golpes de palabras frías, ausentes. Eduardo: Estamos dentro de la hoja, y la palabra viento sigue siendo un problema; tiende a borrarnos la forma.
Alma: Una mujer con ojos sabor silencio, danza con sus ayeres. No sabe que no existe. No sabe tampoco, que aquí sucede. Eduardo: La musa salió vestida de nube y se dedicó a mojar mis pasos; el camino fue el poema.
Alma: Un viento frío está soplando desde una boca agónica. A veces mordiendo el tiempo. Las sombras tiemblan contra él. No le reconocen. Eduardo: Pasé volando y dejé una novela regada sobre un pueblo que es herida y no sabe tener frío.
Alma: Se encontraron con el canto de mil gaviotas heridas. En ellos se tejieron los sueños. No saben volar; tienen las alas roídas. Eduardo: De su pecho sale un hilo de música, un pincel de vuelos, un latido que es ave y levanta cualquier dibujo de su suelo.
Alma: Hay una locura abrazándose a su espalda. Algunos hombres de piedra no parecen escucharla. El mundo parece derribarla. Se quiebra. Es furia. Eduardo: De la hoja salieron medios cuerpos, como palabras que no saben decir su nombre. Los leí y los borré antes de que me borraran.
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